viernes, febrero 1

¡¡Morir queriendo ser libre!!.
Le gritó al oído. Y el otro, estupefacto, le pegó una patada en las pantorrillas por el susto.


La puta madre- dijo el primero y se fue rengueando.


























Es que el otro, venía repitiéndose esa frase día y noche por largos meses, y sin embargo, no había logrado pronunciarla ni una sola vez.
Y ahora éste, sin practicar un segundo, la escupía como si fuese de él mismo y se la robaba de las horas que se había ocupado de pensarla y repensarla, darle vuelta, para aquí y para allá, hamacarla entre las neuronas y volverla esconder antes de hacer que dormía.
¡Que disparate! ¡Que injusticia! Bien merecida tiene la patada el muy burro- pensó.
¿Qué se cree?- y pensar que la tuve tan cerca- se decía a si mismo, pidiéndose perdón por tan abrupta reacción- morir queriendo ser libre, morir queriendo ser libre; tan cerca, pero desde afuera, que es distinto, no es como antes, como ayer, que venía pero desde adentro- le caminaba por la sangre con los glóbulos blancos, hasta que se estancaba en algún resto de órgano y luego, se perdía entre tantos otros restos de tantas otras cosas de tantos otros pasados.- ¡Qué injusticia! ¡Que disparate!.
Se echó medio litro de agua no potable en la cara y se acostó en el suelo, más fresquito y más cómodo, y se durmió, (que a veces es como morirse un rato), queriendo ser libre.

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