viernes, junio 27

Historia de un poeta preso.

Es un arma más bonita para la resistencia, un poco menos útil que otras armas, creo que igual vale.
Ahi va.


Yo lo miré y supe que lo iba a matar. O mejor dicho, lo supe desde antes, pero no tiene importancia cuándo empezó.
Podría decir que fue un plan macabro, esos de película, pero me parece injusto doctor, estaría yo desmereciendo la labor de los verdaderos asesinos.
Porque yo, permítame decirle, no soy un homicida; nunca me interesé en las armas, la sangre y esas cosas. No. Ni siquiera he escrito sobre ellas. Solo que él me quitó en unos días casi una vida entera de un sueño, uno solo doctor. ¡Un único sueño!. Y una cosa así, debe pagarse. Por eso lo maté de esa manera, porque solamente quería que muriera. No me importaba como, ni donde, solo que muriera, lo antes posible.
Mire doctor, si yo fuese un asesino lo hubiese matado antes, a él y a todos los que andan rondando estas calles y que se le parecen bastante, motivos tengo, y de sobra, hoy en día, de este lado de las rejas más todavía. Pero no lo hice doctor, bueno como diga, Gabriel, no lo hice porque creí que algún día... Es ese no sé de los poetas Gabriel, usted no va a entenderlo, es una esperanza semi-bonita y semi-patética que se siente desde el primer momento en que uno apoya el lápiz contra el papel amarillento de esta vida. Yo se lo explico para ver si usted, aunque sea usted, puede entenderme, sino va a ser complicado que me defienda ante el juez. Pero también sé que quizás no logre hacerlo, después de todo usted es abogado, y yo no lo considero malo por eso, pero somos distintos Gabriel, somos distintos.
Le cuento. No me iba a anotar en ese concurso, nunca me anoté en ninguno, me parecen deshonrados para la literatura; ojo, no digo que todos lo sean, es más, recuerdo uno muy bonito en el que participé casi por obligación en quinto grado de escuela, vea cuánto hace que escribo Gabriel, en fin, no viene al caso. Pero ese concurso sí Gabriel, ese sí que deshonraba la literatura. Ese y muchos más eh.
Escribir un libro Gabriel, o un cuento, o una carta siquiera, una carta a la persona que se quiere, o se extraña, o esa que se detesta ¿por qué no?, Escribir es un acto de entrega infinita. Yo siempre lo dije, la mitad del escritor, sino más, se va en el papel; aunque nadie lo note, siempre está ahí, es él Gabriel, es el autor, aunque no sea el personaje, ni su historia, ni su imaginación, es su esencia Gabriel, lo más importante del ser humano, y lo que menos abunda en este mundo.
Por eso lo maté. ¿Cómo iba a pedirme que le entregue mi esencia en una bandejita de cartón? ¡¿Cómo?!.
Yo firmé por Elena, Elena es mi señora, hacía tiempo que me decía que los años se pasan, que sería lindo ver mi nombre en el lomo de un librito, y que hay que golpear puertas porque nadie viene a preguntarle a uno si quiere escribir algo desde lo más profundo de su alma. Pero yo no quería golpear esa puerta, hubiese querido que una bomba explotara ahí dentro cuando firmé ese contrato que me robaba el texto de las entrañas y se lo dejaba a esas bestias para que hicieran con él lo que se les antojara en cualquier lugar que se imagine, hasta en la luna si se quiere; películas, musicales, teatro. Todo, ignorándome por completo, claro.
Se me caían las lágrimas de solo pensar que ganara, y no de alegría Gabriel, de angustia, de impotencia, por que mis palabras no se merecían que ellos las agarraran del medio del cogote y las posicionaran en cualquier sitio, o las hicieran bailar una conga en este carnaval de mundo que tenemos, yo quería que fueran libres; ¡Y yo sabía lo que significaba libres!, Porque yo las había creado, las había unido unas a las otras en meses y meses de café, cigarrillos, mates, insomnio, música y no sé cuantas cosas más.
Yo quería perder Gabriel, quería perder, y si hubiese perdido, casi puedo asegurarle que hoy no estaría aquí, y por consiguiente usted tampoco.
¿Sabe cual era el premio? Un viaje a una provincia medio borracha y una colección de seis botellas de vino de no sé cuál marca para embriagarla por completo. Si por lo menos hubiera sido licor de chocolate Gabriel, con lo que a mí me gusta el licor quizás hasta dejaba pasar por alto semejante injuria, pero ni siquiera eso, ni siquiera. Que me importaba a mi ese viaje, lo hice por Elena nomás, por Elena y nada más en el universo, que cada vez se me parte en pedazos más chiquititos sin ella.
¿Cómo lo maté? Bueno, cuando me llamaron del diario para avisarme mi fracasado triunfo sentí que unos escalofríos horribles me recorrían las venas a una velocidad inmensa. Ya sabía que lo tenía que matar, era cuestión de defensa propia ¿Entiende? Era mi cuento, mi sangre, mi esencia como ya le dije, o él. O ellos, porque los jurados eran unos cuantos también. Pero me daban lástima, por más que fueran tan importantes como las bases del concurso decían que eran, ¿Cómo podían estar bajo la bota de semejante fachada para la literatura?, Eran unas estúpidas victimas también, me inspiraban piedad, no me pregunte por qué.
Al principio me quedé en casa, me rehusaba en ir a terminar de arreglar lo del premio y esas cosas que nada me importaban. Ya estaba acabado, había firmado antes, cuando me anoté, y no me quedaba otra cosa que aceptar el trato, suicidarme, o matarlo. Aceptar eso era imposible, yo firmé con la convicción de que perdería, y me salió mal, eso tengo que aceptarlo, esta vez, me subestimé demasiado y salí perdiendo Gabriel, cosas que pasan. Suicidarme era casi como matar a Elena, porque somos uno. Entonces... Entonces ahí fue cuando me vi entre la espada y la pared, como quien dice, cegado por la tristeza, trate de aguantar todo lo que pude, puesto que si ella notaba mi cambio de ser se arruinaría mi propósito.
Yo era otro, y eso se lo digo con la firmeza con que le digo que Bonomini es mi apellido Gabriel, me convertí en otro cuando vi que esa atrocidad empezaba a convertirse en realidad, como una mariposa se convierte en larva, cierto, es al revés, pero para este caso... Cuando vi que se me escapaban de entre los dedos todas mis minúsculas defensas, cuando vi Gabriel, que me quedaba inmunodeficiente a esa locura indecente, porque de locuras conozco, y puedo decirle que hay muchas Gabriel, esa locura indecente de comprar las palabras como harina, o automóviles, y de venderlas, cuando vi en el espejo como las había cambiado por tres días en un hotel y un pasaje en avión, me sentí el hombre más vacío del mundo, vacío en el sentido completo de la palabra, vaya contradicción. Fue cuando ya no importó nada, tenía que, por lo menos, salvarme a mí, que me estaba muriendo poco a poco.
Por alguna cosa que sucedió decidí ir hasta esa oficina de la calle Suipacha, había pasado hasta entonces, casi una semana. Llegué medio nauseabundo, tenía vergüenza Gabriel, vergüenza de haber hecho semejante disparate, de haberme plantado un cuchillo en el medio del corazón yo solito. Esperé casi media hora, que usé para terminar de convencerme, en unas sillas bastante incómodas, hasta que al fin y al cabo el hombre me llamó.
Calculé que tendría entre treinta y treinta y cinco años, cosa que me dio pena. Me lo había imaginado un poco mayor y verlo con tanta vida por delante me mordió suavemente la conciencia. Cuando le vi los ojos deduje que seguramente ya estaba casado con alguna señorita medio paqueta y que quizás hasta tuviera algún hijo, pequeño. Pero a pesar de eso y mi conciencia devorada a mordiscones, la cosa seguía siendo así. Él o yo.
Era el jefe del programa, no sabía bien si era enteramente idea suya la de robarme el cuento, a mi o cualquiera que fuera el ganador, cosa que también me demoró unos instantes la decisión final que ya conocemos los dos, pero no tenia muchas oportunidades; Para cuado terminara de descubrir el último eslabón de esa cadena de inmundicias, mi cuento estaría devastado por su codicia, así que más allá de todo seguí bebiendo valor de mi propia congoja y de mi rabia para de veras matarlo cuando llegara el momento justo que esperaba desde varios días atrás.
Me invitó un café y me elogió unos instantes, preguntándome que si no había estado antes en un concurso, que por qué, que era muy buena la obra. Hasta que empezó con eso de las condiciones. Gozaba mirándome a los ojos. Yo no podía hacerlo por más de quince o veinte segundos, me subían hasta la garganta las ganas de estrangularlo en ahí mismo, de sacarle los ojos, de cortarle las manos Gabriel, y entonces tenía que dejar de mirarlo para no arruinarlo todo, si intentaba cualquiera de esas cosas él no tardaría en gritar y todo se derrumbaría como un castillo de arena en una ventolera de octubre. El asesinato no podía ser así, al otro día saldría en todos los diarios y los noticieros, y bla, bla, bla, lo tenía que matar de otra manera, más poética Gabriel, esa es la palabra, poética.
Conversó, diría que solo porque yo tenía las cuerdas vocales desmayadas, así que no respondía más que con un sí o un no, o con algún que otro gesto amable para disimular. Hasta que en algún momento, se olvidó de que no hay que darle la espalda a un desconocido, y como lo hacen la mayoría de los ejecutivos y esas cosas parecidas se paró enfrente de un gran ventanal que tenía la oficina, y miró a través del vidrio transparente unos dos o tres minutos mientras balbuceaba algunas ironías que ni siquiera me acariciaron los tímpanos; yo estaba en otro hemisferio, y con el movimiento del reloj me iba alejando también yo de ese lugar, y de tantos otros, hoy estoy aquí se puede decir que en el fondo ¿No?, En el fondo de los fondos Gabriel, que más da, lo prefiero. En fin. Fueron dos o tres minutos que me sobraron para echarle el cianuro en el café que le había sobrado.
-: ¿Y que hubiese pasado si no giraba?
-: Llevaba un arma Gabriel, por las dudas. Cuando terminó de ver lo poco que podía ver desde allí arriba, porque era muy poco, créame, se volvió y yo lo estaba esperando en la misma posición. Bebió lo que le faltaba. Fue rara la sensación de saber que la persona que tenía enfrente estaba a punto de morir, que yo, con mi facultad de ser en ese momento el asesino podía decirle ahora que hiciera lo que deseara con el cuento, y con todo, porque sabía que no podría hacer nada, que empezara a llamar por teléfono a su familia para avisar que no volvería y todas esas cosas.
Igualmente, el silencio fue más grande. Fue inmenso Gabriel, nunca sentí uno peor que ese. Nos despedimos. Cuando le di la mano noté que ya empezaba a enfriarse.

miércoles, junio 4

Instrucciones para pensar en la linea 50: Retiro-Av.Gral. Paz y Eva Perón.

Primer punto: No intente mirar el paisaje por la ventanilla, solo descubrirá cuan patético es si lo piensa un poco y verá como se torna inhumano entre las 16:00 y las 23:00 horas. No es aconsejable intentar concentrarse en naturalezas infinitamente bonitas como el cielo, o los árboles; solo se toparan sus ojos con innumerables propagandas de cuanta cosa pueda imaginarse que existe: imágenes irreales que solo logran su distracción, letreros brillantes que no dejan escapar, números gigantes que anuncian el precio más pequeño del mercado (Oiga, yo tampoco se bien lo que es, pero créame que terminara creyéndolo invencible si se arriesga) y mas, más, y más, lo último que terminara por hacer es pensar o que le está apretujando las tripas y se dará por vencido antes de desenredar los axones que terminaron en semejante alboroto después de eso que usted sabe que ocurrió, cualquier cosa. Se dará cuenta, si lo intenta, que el suelo tampoco está de su lado, no por mala voluntad de él en si mismo, sino porque, es prácticamente imposible concentrarse en algo tan frío y seco como un asfalto o una baldoza que será la único que encuentre en su recorrido, sus ojos, sin quererlo se levantarán un metro, un metro y medio y se marcharan con el primer objeto que encuentren frente a ellos, y es lógico pobrecitos, este suelo es tan horrendo, ¿Que más pueden hacer?
Segundo Punto: Este debería ser el primero, pero imaginé que ni siquiera puede ocurrírsele a cualquiera que sea mi lector. Igualmente, lo mencionaré por una cuestión de prudencia extrema, y para algún que otro enamorado que pudiera no pensar en ello, aunque me he dado cuenta que estos seres extraños escasean en mi ciudad. No se le ocurra encontrar en los rostros de sus colegas pasajeros ningún tipo de punto de fijación, en algún momento, sin que usted lo desee lo atrapara su desdicha y su intolerancia, verá como se le sale por los poros el cansancio, por la rutina y el dinero, esas inmundicias que nos cubren el cielo vio, cosas como esas que le oscurecen la mirada hasta volverla espantosa, y eso, créame y compruébelo si no puede hacerlo, influirá directa y profundamente en su poder de concentración hasta volverlo primero, mínimo, y luego inexistente. Son excepciones a este punto personas que pudieran llegar a generar una sonrisa al encontrarse con sus ojos (niños, ancianos pasados de los ochenta años, en su mayoría, y con suerte de encontrarlos, hadas y duendes disfrazados de seres humanos, solo deberá reconocerlos entre la multitud, cosa que no es fácil, por cierto)
Tercer (y último) punto: El mejor método (y aún así no efectivo completamente) para desempeñar un lindo pensamiento; y cuando digo lindo digo ese que nos lleva a otro hemisferio, que se convierte en la única cosa importante por el momento, y que al fin y al cabo, nunca llega a nada más que al pensamiento en sí, que espera y mientras tanto permite a la imaginación recorrer las venas y las arterias a gran velocidad, digo lindo, digo hermoso, digo maravilloso; en fin, cerrar los ojos y taparse las orejas tan fuerte como se puede ha de ser la única forma que este ser ha encontrado para pensar en un colectivo, o por lo menos en el mencionado más arriba, correrse un poco de la línea urbana y transportarse uno a la situación. Debe tenerse en cuenta que cuando no se ha tenido la suerte de encontrar vacío un asiento las personas lo observaran a uno con una mezcla de sensaciones tales como lástima, y miedo, no vaya a ser que tienen un loco tan cerca (cabe aclarar también que estas personas no suelen encontrar la definición correcta de locura ni saben verla tan bonita como uno puede hacerlo, si se quiere puede tenérseles miedo a ellas, pero lo suficiente, recuérdese que siempre debe guardarse un poco para las otras, las que no viajan en colectivo). Cuando abra los ojos, verá como se han centrado en usted miles de ideas absurdas, que no harán más que distraerlo nuevamente, por lo tanto, es recomendable no estirar los parpados hasta tanto se haya obtenido un fruto del pensar, o se haya llegado al punto establecido para terminar, tampoco es cuestión de pasarse la vida pensando, cuando baje del colectivo sabrá que es la hora, de levantar el telón y ponerse a actuar, y ojo, que no se puede gastar mucho tiempo, desde Retiro hasta Eva Perón y Gral. Paz, hay medianamente una hora cuarenta, o más, si estoy contando bien.

lunes, junio 2

¿Cuánto más?
Como una hormiga que camina por las entrañas.
Poco, Ojalá que sea poco, y que las paredes amanezcan pintadas de amarillo mañana. O de rojo, en sí, es lo mismo, solo un poco de color para descansar la vista. Y de paso, que no duela tanto.
Camina como siempre, intentando no dar lástima, pero arrastrándose, por costumbre, o paciencia, vaya a saber uno que cosa le tiñe la sangre y la baja la voz de prepo hasta el piso.
El señor del quiosco de diarios se levanta el sombrero al verlo pasar y estira desde las cuerdas vocales un "Buen día Jorge" un poco helado. Parece que no, pero lo esperaba.
Pensó en pintar pajaritos en algún muro perdido de la ciudad, o en alguna escalera, para que algún niño quisiera ser un poco más que un hombre mañana.
o mejor dicho, un poco menos.



Eco, eco, eco...¿Cuánto más?...Eco, eco, eco.

En una esquina, con un farol despintado, pero bonito, un hada le ofrece una flor. La mira de reojo, para no enamorarse otra vez y sin quererlo, la acepta y se la guarda en un bolsillo, sin siquiera acercársela a la nariz, ni descubrir del todo su color, pero pinchándose las manos con las espinas.
Si solamente uno se diera cuenta. Si aunque sea el hada...

De vez en cuando se le ocurre que todo es tan maravilloso, que está todo tan ahí, en la yema de los dedos, y que quizás es solamente erguir un poco la cabeza, levantar los brazos, juntar fuerzas y gritar...Hasta que todo se aquiete un momento, hasta los malditos relojes. Gritar solamente. Una vocal, o si se quiere una frase, se trata de gritar y hacerse oír, eso más que nada. Ya no vale tanta escritura, ni cuadros filosóficos o ideales hechos piel, sino de un disparo de voz. Que hermoso.
Tres cuadras más adelante, como último golpe, un barrilete atado a la muñeca de un morochito de unos cinco años.

¿Cuánto más?



Llega a la orilla y siente el frío del agua penetrarle los tobillos. Se mira un poco lo que puede verse, saca del bolsillo la flor del hada (en ese momento descubre que es blanca), la tira por ahí, pidiéndole que no se aleje mucho (sería menos espantoso que lo encuentren con una flor, quien sabe por qué las flores aplacan lo horrendo y lo vuelven más sutil, o por lo menos, para la primera impresión).
Recuerda el café de ayer, con aquella dama de ojos negros que encontró en lavalle tratando de descifrar una palabra en castellano, recuerda las piernas de tero de Laura que tiemblan cada vez que él aparece y otra vez la cara de la hippie europea que a estas horas debe estar volando por encima suyo, y Laura que a veces está a punto de desnudarse adelante de todos sin que nadie se de cuenta, excepto él, pero que siempre se hecha atrás, como una niñita de trece años, porque hoy en día hasta las de quince son más vivas que ella, pobrecita, tan buena. En fín.

El agua ya está por la cintura, y fría. No hay más nada que hacerle, seguir, o estancarse caminando.
¿Cuanto más?
Desde la otra orilla, y desde el centro y la periferia olvidada se siente retumbar en las paredes y el viento.
¡¡¡Mundo de mierdaaaa!!!


Se tiró en la arena para secarse un poco y vio como la flor estaba otra vez, ahí nomas. Lloró un rato mirándola y volvió a guardársela en el pantalón.
Laura se puso contenta.
(Se cayó de tanto que le temblaron las piernas de tero)