viernes, septiembre 26

Era mentira que la realidad era de en serio, real. En algún momento se cruzaron en una vereda la imaginación y la certeza, como se cruza un ciruja con un perro callejero para luego andar juntos por todos lados. Pero siempre sin exceder esa simple rayuela de tiza amarilla y celeste en un patio de baldosas grises que desaparece en el tiempo, por las dudas.
Ojalá, -pensó el Sauce-, ojalá no se hubiesen conocido nunca estos dos, ahora uno anda meándome los pies y el otro me desparrama vino berreta en el suelo.
Y no se dio cuenta, que andaba encantado de emborracharse de vino y orín a diario, y terminar en un sinfín de alucinaciones de media tarde que se vivían a fuerza de ramas y hojas doradas la mañana siguiente, sin asombro de ninguno de los tres.
Y entonces- se preguntó el Sauce- ¿Eso que viene ahí será el viento, ciruja? ¿O quizás una mera brisa de verano?
El ciruja, socavado en un espejismo de mujeres desnudas y billetes verdes, pidió al árbol que hiciera silencio un poco, que lo dejara terminar de ser sueño y el perro siguió intentando mordisquearse la cola con un afán de acróbata frustrado, hasta que le pidió al Sauce (o le ordenó mas bien) que se dejara de molestar con esas pavadas de viejo que se traía los últimos días, que al fin y al cabo, la brisa era viento y el viento era brisa si se quiere y que los dos mueven las hojas de las ramas, uno un poco más que la otra, pero los dos las mueven, que es lo importante
.

miércoles, septiembre 17

Que los vivos respiren mas fuerte, y consuman todo el oxígeno del mundo en un santiamén.
Que los muertos se entierren solos en el mar hasta que el agua se canse de ellos y los deje en la arena.
Que los vivos caminen.
Que los muertos esperen.
Que los vivos piensen.
Que los muertos crean.
Que los vivos griten.
Que los muertos sigan callando.
Que los vivos destruyan fronteras.
Que los muertos levanten muros.
Que los vivos actúen.
Que los muertos imploren.












Que nunca más mueran los vivos por los
muertos y que los muertos se levanten de la silla hoy,
y vivan por los que ayer murieron de pie.

martes, septiembre 16

Damián:
Te escribo esta carta porque creo que estoy a punto de enloquecer. No, no es una broma más. Esta vez hasta tengo miedo de esta obsesión que me persigue por todos lados y a todas horas hermano. Es que en los últimos días no he pensado en otra cosa que no sean mis pies. Y los tuyos, y los de aquél, los pies de la humanidad Damián, esos mismos. Ya sé que suena raro, pero le he dado mil vueltas al asunto para contártelo de otra manera y todas me han parecido estúpidas, irónicas, escasas.
Es que esta bola se ha hecho demasiado grande Damián, y no es justamente de nieve, porque me quema en las entrañas y me las vuelve cenizas, tanto que de pronto, me dan unas ganas de vomitar que asustan, y no dan tregua. ¿Entendés lo que te explico? Damián, me levanto a la mañana pensando en pies, y me acuesto a la noche haciendo lo mismo. Ni siquiera puede decirse que duermo porque hasta en los sueños son lo único que veo. Las personas que sueño no tienen más cuerpo que dos pies, incluso te soñé a vos hace pocas noches, no sé cómo supe que eras vos, pero lo supe, estábamos en el parque Centenario y fumábamos sin cansarnos (lo sé porque se veía el humo en el aire, ya te digo, no puedo ver nada que esté más arriba de los pies) y charlábamos del mundo, y sobre cosas sencillas que son maravillosas, esas cosas que siempre hicimos mate por medio Damián, esas cosas . En fin.
No puedo explicarte el por qué de esta obsesión, el por qué de esta tortura, pero si puedo decirte que mi conciencia se ha vuelto en los últimos días en la tirana más impiadosa que he conocido en todos estos años de vida que tengo y ya me está estorbando la presencia, aunque con esto no quiero decirte más que enserio estoy asustada. Verás, hace poco empecé yo con todo esto de los pies. Se me ocurrió que los seres humanos debiéramos de andar todos descalzos para equilibrar un poco esta balanza del mundo que cada vez se entierra más hasta el fondo de la tierra y al mismo tiempo anda por los cielos degustando gases, (y creo que te lo comenté en alguna otra carta, ¿no es cierto?), y desde esos días es que ya no he tenido otro pensamiento. Salgo muy poco a la calle y cuando lo hago camino con la cabeza baja, fija en las baldosas, mirando ya te imaginaras qué cosa. Busco en los zapatos de las personas algún agujero que me deje satisfecha, pero esta tarea se complica cada vez un poco más, descalzos en esta ciudad quedamos muy poco, vos lo sabés.
Así estoy, por muchas horas, por muchas horas de mi vida, deambulando de aquí para allá, sin dormir, sin comer, sin estar. Y cada vez que me echo en la cama (sí, me echo, como una bolsa de papas, rendida de tanto sacrificio, de tanto buscar) me pregunto lo mismo y armo un sinfín de teorías sobre el origen de esto que me pasa. Pero siempre me pregunto lo mismo. Siempre Damián. ¿Será que alguna vez, nos descalcemos todos juntos, al mismo tiempo, y pisemos esta tierra tan fuerte que nos duelan los talones, que se nos claven en la planta de los pies (y ya perdí la cuenta de cuantas veces dije esa palabra en esta carta amigo) digo, que se nos entierren en la piel hasta las raíces de los árboles? ¿Será algún día Damián? ¿Faltará mucho todavía? Y decime ¿Qué estamos esperando, eh?
Un abrazo, desde este rincón del planeta.
Ya sabés quién.





(Como que a veces se necesita vomitar, sin importar que sea bueno o malo el vómito)