martes, septiembre 16

Damián:
Te escribo esta carta porque creo que estoy a punto de enloquecer. No, no es una broma más. Esta vez hasta tengo miedo de esta obsesión que me persigue por todos lados y a todas horas hermano. Es que en los últimos días no he pensado en otra cosa que no sean mis pies. Y los tuyos, y los de aquél, los pies de la humanidad Damián, esos mismos. Ya sé que suena raro, pero le he dado mil vueltas al asunto para contártelo de otra manera y todas me han parecido estúpidas, irónicas, escasas.
Es que esta bola se ha hecho demasiado grande Damián, y no es justamente de nieve, porque me quema en las entrañas y me las vuelve cenizas, tanto que de pronto, me dan unas ganas de vomitar que asustan, y no dan tregua. ¿Entendés lo que te explico? Damián, me levanto a la mañana pensando en pies, y me acuesto a la noche haciendo lo mismo. Ni siquiera puede decirse que duermo porque hasta en los sueños son lo único que veo. Las personas que sueño no tienen más cuerpo que dos pies, incluso te soñé a vos hace pocas noches, no sé cómo supe que eras vos, pero lo supe, estábamos en el parque Centenario y fumábamos sin cansarnos (lo sé porque se veía el humo en el aire, ya te digo, no puedo ver nada que esté más arriba de los pies) y charlábamos del mundo, y sobre cosas sencillas que son maravillosas, esas cosas que siempre hicimos mate por medio Damián, esas cosas . En fin.
No puedo explicarte el por qué de esta obsesión, el por qué de esta tortura, pero si puedo decirte que mi conciencia se ha vuelto en los últimos días en la tirana más impiadosa que he conocido en todos estos años de vida que tengo y ya me está estorbando la presencia, aunque con esto no quiero decirte más que enserio estoy asustada. Verás, hace poco empecé yo con todo esto de los pies. Se me ocurrió que los seres humanos debiéramos de andar todos descalzos para equilibrar un poco esta balanza del mundo que cada vez se entierra más hasta el fondo de la tierra y al mismo tiempo anda por los cielos degustando gases, (y creo que te lo comenté en alguna otra carta, ¿no es cierto?), y desde esos días es que ya no he tenido otro pensamiento. Salgo muy poco a la calle y cuando lo hago camino con la cabeza baja, fija en las baldosas, mirando ya te imaginaras qué cosa. Busco en los zapatos de las personas algún agujero que me deje satisfecha, pero esta tarea se complica cada vez un poco más, descalzos en esta ciudad quedamos muy poco, vos lo sabés.
Así estoy, por muchas horas, por muchas horas de mi vida, deambulando de aquí para allá, sin dormir, sin comer, sin estar. Y cada vez que me echo en la cama (sí, me echo, como una bolsa de papas, rendida de tanto sacrificio, de tanto buscar) me pregunto lo mismo y armo un sinfín de teorías sobre el origen de esto que me pasa. Pero siempre me pregunto lo mismo. Siempre Damián. ¿Será que alguna vez, nos descalcemos todos juntos, al mismo tiempo, y pisemos esta tierra tan fuerte que nos duelan los talones, que se nos claven en la planta de los pies (y ya perdí la cuenta de cuantas veces dije esa palabra en esta carta amigo) digo, que se nos entierren en la piel hasta las raíces de los árboles? ¿Será algún día Damián? ¿Faltará mucho todavía? Y decime ¿Qué estamos esperando, eh?
Un abrazo, desde este rincón del planeta.
Ya sabés quién.





(Como que a veces se necesita vomitar, sin importar que sea bueno o malo el vómito)






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