viernes, julio 24

Y sí. ¿Te digo algo? Si mirás la lluvia por el espejo te das cuenta de muchas cosas. Por ejemplo, que de los mates que hay en tu casa, la mayoría, a parte de yerba contienen lápices. Muchos. Que para algo deben servir. Y debe ser para escribir cosas como “Las gotas de lluvia no caen en línea recta”, como casi todos siempre creímos. Sino que, la gota, desde que sale del cielo y se mete en el suelo casi, casi, baila una lambada. Como todo lo demás también, que siempre antes de llegar a destino pega mil vueltas de calesita. Por suerte para la vida que en una de esas logra entretenerse intentando sacar la sortija. Esa puta sortija, altanera, soberbia, insobornable. Esa puta sortija pegada a la mano del calesitero que se ríe a carcajadas del hombre común. Y amaga, amaga, amaga, una, dos, trescientas veces, la acerca, la hace sonar, rozar con los dedos, y de repente con un giro magistral de muñeca la aleja de todo peligro. Y el llanto. Y la tristeza, el desánimo. Y la vuelta a girar. Por suerte (otra vez la suerte) la vuelta a girar, la insistencia, la esperanza de que alguna vez seamos nosotros los dueños de la sortija. Y ahí sí, sortijas para todos. O por lo menos cascabeles. Pero que nadie se quede sin oír el ruidito del metal chocando entre sí, que es una maravilla de las más grandes de este mundo.