jueves, septiembre 3

Nunca parece septiembre.
Y eso se escucha en todas partes.
Quizás porque septiembre no tiene nada en particular, quizás porque se mezcla demasiado el olor a tierra húmeda (el aroma, perdón) con el color del arco iris en el cielo. Y las flores. Y la lluvia. Y el sol, el viento, las hojas caídas.
Nada. Al final no hay nada. Nada que le haga notar a uno que lo que se está viviendo, es, en definitiva, simplemente septiembre (por treinta días)
Nunca parece mundo.
Y eso no se escucha en todas partes.
Quizás porque el mundo tiene muchas cosas en particular, quizás porque se mezclan la guerra, el amor, el hambre y la riqueza, la impotencia, la sumisión, la resignación, el hambre, la lucha, el grito y la sordera, la esperanza y la ceguera, el hambre, la mierda y la belleza, la utopía, el hambre, la música, la solidaridad, el hambre, el hambre, el hambre...
Nada. Al final no hay nada. Nada que le haga notar a uno que lo que se está habitando, es, en definitiva, simplemente mundo (por el tiempo que le permitamos serlo)

jueves, agosto 13

A la sociedad argentina:

Sobre lo sucedido el lunes 3/08/09 en la emisión nº490 de CQC:

Como ya es sabido, somos 2 estudiantes secundarios de la capital federal que manifestaron su asco ante el silencio atroz de las instituciones democráticas y los medios masivos de comunicación sobre el caso Luciano Arruga. Caso que refleja que con esta llamada democracia de mafias peronistas y políticos-empresarios millonarios, y un gobierno que ostenta una política defensora de los derechos humanos, no asegura los derechos humanos para los pobres, porque no los considera parte de la sociedad, sino que los cataloga y trata como basura que debe ser limpiada y removida para lograr un bonito paisaje. ¿Democracia es solo “elegir” gobernantes a través de un voto?
Refiriéndonos al suceso, queremos responder a una pregunta muy reiterada estos días: ¿fue válido el método?
Nuestra respuesta es; sí. El objetivo fue, desde un principio, que se rompa el silencio, y el grito “Luciano Arruga” se escuchó, y se sigue escuchando aún hoy en variados medios de comunicación. El caso está sobre la mesa, y excede toda discusión subjetivo-ideológica. Con comprensión o no, 8 millones de ustedes esa noche, y otros tantos en los días sucesivos, escucharon el grito que surge del hartazgo y de la indignación. Y es un grito claramente político (no le tememos a esa palabra), es también un grito cargado de verdad. Es política porque es denuncia. Y tales verdades y denuncias abundan hoy en el país que dijo “Nunca Más”, de ellas cargamos el grito. El grito por los muertos en protestas sociales, por los muertos del gatillo fácil, por el maestro Fuentealba, por Bru, por Kosteki, por Santillán, por Bulacio, por los muertos del 20 de diciembre… El grito por la tercera desaparición de Julio López, quién fue desaparecido en la dictadura por primera vez, hace 3 años por segunda, y en el completo olvido de esta pasiva-televisiva sociedad, la vez tercera.
Todos ellos están en nuestra cabeza, por tal, están en nuestros actos, donde desde el primero hasta el último de los mencionados, desde el primero al último de los 30000, es reivindicado en las luchas populares. “La sangre de los caídos es rebelión”.
Somos pibes de 17 años y no pretendemos pintar la interrupción del programa CQC como nada más que lo que fue: un recurso desesperado para que los sin voz, recuperen su lugar en el proscenio de la pantalla hueca, en contexto relajado e hipócrita, para lograr instalar un nombre con contundencia y dejar, con suerte, algunas cabezas pensando en las palabras “desaparecido en democracia”.
Sin embargo, creímos necesaria esta declaración porque no compramos la mentira de que cada vejación que sufre el pueblo es una isla, un hecho inconexo con todos los demás. Vemos, abrazamos, entendemos y asumimos a la realidad como un todo. La desaparición de Luciano Arruga nos muestra la existencia de un estado democrático, represivo y asesino, que trabaja silenciosamente. Nosotros elegimos asesinar el silencio, con las medidas que creemos necesarias. La acción en vez del discurso, y la solidaridad como forma de vida. Aclaramos, que no lo conocíamos a Luciano, que no somos ni familiares, ni éramos compañeros suyos, pero hoy si, somos compañeros de sus familiares y amigos, a quienes apoyamos incondicionalmente en esta búsqueda de justicia.
Reiteramos: somos pibes de 17 años. Parte de una juventud a la que vaciaron a medias. Porque los jóvenes hoy, no estamos perdidos. Estamos drogados, con espejismos de felicidad, con la tele. Con humo, mucho humo proveniente del escenario de algún ídolo que tiene club de fans, o de algún pipazo de base financiado por algún puntero amigo del comisario del barrio.
Pero también existen, como nosotros, los que nos drogamos con sentir, y escuchar la voz de los marginados, de los excluidos, los pobres. También existen, los que nos drogamos con la lucha, con el humo del piquete, nos drogamos con libros que hablan de socialismo, y una sociedad sin clases, sin opresores ni oprimidos, donde todos tengan paz, pan y trabajo, “darse” con eso en esta sociedad posmodernista modelo 2009, donde la derecha fascista nos moja la oreja, y la historia, junto con la memoria, parecen no haber existido nunca, es bastante peligroso. Encima, podemos tener un poco de lucidez y ver que estas drogas nos alejan abismalmente de nuestra compañera juventud, pues, entonces, retrocedemos, y les contamos en el colegio, donde es que anduvimos. Porque estuvimos ahí, en el piquete, en el desalojo, en la calle.... Y así vamos usando nuestras jóvenes vidas como un puente, para llevar la realidad de la lucha, de la opresión, de la dignidad, a la realidad de nuestros compañeros alienados, que compran personalidades envasadas, o tienen miedo de decir quiénes son, o van despertando y criticando, y se acercan con una odiosa sumisión al centro de estudiantes.
Los que quieran decir, que todo esto es política, que lo digan, pero que sostengan con sinceridad, donde es que están parados, y que cuenten como sueñan el mañana.
Los que quieran odiarnos por interrumpir un programa de televisión sosteniendo que no es la forma, que pongan en el “google”, “Corcovado- Chubut- terrorismo de estado”, y se enteren de otra impunidad ahogada en el silencio kilométrico de nuestra Argentina democrática.
A los que nos apoyaron en la medida, les decimos gracias, y les pedimos, que no aflojemos y gritemos por Luciano en los subtes, que escribamos las paredes (otro método inválido para romper el silencio) y que intervengamos, sin miedos, por él y por todxs.
Nosotros aprendimos una cosa de los palazos, los gases lacrimógenos, el silencio y la indiferencia: de la única manera que concebimos luchar, es con acción directa, sin tibieza, con contenido y hasta las últimas consecuencias. Así se lucha, y así se gana.









Fernando Franquet (36567185) y Tomás Martínez (36531144).







favor de difundir.

viernes, julio 24

Y sí. ¿Te digo algo? Si mirás la lluvia por el espejo te das cuenta de muchas cosas. Por ejemplo, que de los mates que hay en tu casa, la mayoría, a parte de yerba contienen lápices. Muchos. Que para algo deben servir. Y debe ser para escribir cosas como “Las gotas de lluvia no caen en línea recta”, como casi todos siempre creímos. Sino que, la gota, desde que sale del cielo y se mete en el suelo casi, casi, baila una lambada. Como todo lo demás también, que siempre antes de llegar a destino pega mil vueltas de calesita. Por suerte para la vida que en una de esas logra entretenerse intentando sacar la sortija. Esa puta sortija, altanera, soberbia, insobornable. Esa puta sortija pegada a la mano del calesitero que se ríe a carcajadas del hombre común. Y amaga, amaga, amaga, una, dos, trescientas veces, la acerca, la hace sonar, rozar con los dedos, y de repente con un giro magistral de muñeca la aleja de todo peligro. Y el llanto. Y la tristeza, el desánimo. Y la vuelta a girar. Por suerte (otra vez la suerte) la vuelta a girar, la insistencia, la esperanza de que alguna vez seamos nosotros los dueños de la sortija. Y ahí sí, sortijas para todos. O por lo menos cascabeles. Pero que nadie se quede sin oír el ruidito del metal chocando entre sí, que es una maravilla de las más grandes de este mundo.

sábado, junio 27

La falta de palabras es, a veces, injustificada. Debe ser por eso, que uno siente que falta tanto decir que sobran las palabras. Por eso, ahora solamente un concepto, una idea, una propuesta. Que la triste “Desesperación” que nos define el diccionario como la pérdida de esperanza, pegue una vuelta de calesita y se convierta en la hermosa “Desesperación”, esa que significa que ya no se espera, que se grita, putea y pelea hoy, ya mismo. No dentro de un rato, no mañana, porque ya no se espera, porque ya no hay nada que esperar.

martes, mayo 26

Eratán.
Sube. Baja. Piruetea. Pone la nariz en el vidrio y echa el último aliento que le queda en el hígado mezclado con bilis. Lo empaña. Lo ensucia. Lo odia. Mira atrás y levanta la mano todo lo que puede. La mueve de un lado a otro. Recuerda que no. Que si. Que basta. Más.
Alguna vez creyó que aquello era tan simple como el verde primaveral del césped y cuando aterrizó habían cambiado de lugar, ya más de seis veces las estaciones. Pensó que igual, aunque si, a pesar de, todavía había sol, y no llovía. Pero si por lo menos cayera un poco de agua, entonces no quemaría tanto la marca de hierro caliente en la espalda, en las manos, en todas partes.
Vomitó en un montón de ladrillos que el final no era final sin lágrimas. Y entonces lloró como alguna vez le enseñaron en un par de renglones, con moco, hipo y pequeños grititos, hasta que recordó que las lágrimas son infinitas si uno se entusiasma en esa especie de función teatral, tristeal, y sonrió burlonamente al verse tan quieto, tan mudo, tan otro, la primavera pasada.

viernes, enero 23

-Qué tristeza- se dijo. -Qué tristeza saber que hay que vivir esta vida, como si fuera un deber y no una suerte-. El hombre, se miró al espejo y buscó una sonrisa conveniente, para salir a la calle. Que no fuera ni tan sonrisa ni tan mueca mentirosa. Y se decidió por la vigésimo tercera que consistía en mover nada más que los labios inferiores. Creyó que se acostumbraría rápidamente a los ruidos de las personas de la ciudad que antes apreciaba con gusto y entonces no se preocupó por las orejas al descubierto. Tendría que haberse transplantado los ojos para combinarlos con aquella cuasi sonrisa que acababa de inventar, por lo que tomó un par de lentes rayados que encontró entre tanto desorden de la habitación y que hasta cambiaban el lugar de las cosas del mundo, pero así se estaba mejor. Había perdido el olfato hacía décadas, así que por la nariz no se preocupó. Un año entero encerrado en una pieza de dos por dos, cincuenta botellas de Wisky vacías, incontable cantidad de tabaco consumido, silencio absoluto, ausencia infinita, costumbres de mierda, eran motivos suficientes para tenerle tanto miedo al sol o a la luna, da igual para estos casos. Terminó de creer que sí podía y quiso levantarse del sillón. Entonces se dio cuenta que todavía llevaba los pies atados, uno con otro. Y recordó, que así no se puede caminar por más que uno lo intente, que antes de prepararse para el afuera tenía que dejar de temerse a sí mismo. Porque es imposible dar un paso sin caerse cuándo a uno le anda atrás un bicho feo que le pincha las costillas con las garras. Primero, hay que aprender a domesticarlo, y después sí, presentárselo al mundo.
Se quitó la sonrisa y los anteojos

jueves, enero 8

Cuando se despertó, miró hacia ambos lados de sí, y solo encontró las sábanas terriblemente desarregladas, llenas de licor de café y de menta, sangre y quemadas de cigarrillos. El hombre se tocó la cabeza, se dio un sacudón de hombros y un cachetazo en la frente, intentando recordar la dama con la que había dormido tantos días, ó tan pocos minutos. Puso un pie en el suelo y sintió que temblaba. Fue hasta el baño de la habitación que nunca antes había usado, y se mojó la cara tantas veces que la piel de las manos se le arrugó como cuando era un niño en la piscina del Club Náutico del pueblo. Se miró al espejo y casi no pudo ver su reflejo por la cantidad de mosquitas (esas que vienen por la humedad) que habían puesto sus patitas en miniatura sobre aquél.
Una vez que se hubo vestido intentó salir de allí para irse a cualquier parte, entonces notó que estaba encerrado, que alguien del otro lado le había trancado la puerta como si fuera un león con hambre capaz de devorarse un hombre de un bocado. Insultó al espíritu santo, a la madre santísima y al mismísimo Dios por si lo escuchaban aunque sea esta vez y prefirió esperar en silencio, porque no tenía ni la más mínima idea de dónde podía encontrarse, así que más valía evitar problemas que ocasionarlos.
Se juró que aquella había sido la última borrachera de su vida, que ya no habría festejo que le valiera para probar un trago de alcohol, que no existiría mujer en el universo capaz de hacerle mojar los labios en un vaso de vino, o en una copa de champaña, que a partir de ese instante se declaraba abstemio, y sobrio para toda esa vida.
Se sentó en el borde de la cama y por largas horas recurrió a los recuerdos nublados y olorosos de la noche anterior para ver si podía aunque sea saber cómo había llegado hasta aquel sitio tan horrible donde había pasado vaya a saber uno cuánto tiempo ya, sin nada qué beber, sin televisión o a penas un libro para entretenerse, en plena oscuridad de una luz roja, sudando frío por la temperatura y el miedo. Empezó a dibujar en el aire la imagen de la mujer que había aparecido en el bar cuando casi terminaba la noche, vestida de negro, maquillada hasta la médula, con tacos de casi veinte centímetros, o lo que valgan los veinte centímetros de un hombre ebrio. Se llamaba Eugenia, tenía la piel blanca, aros enormes que le colgaban de las pequeñitas orejas y anillos que casi le ocupaban las falanges enteras. Usaba medias de red, recordaba habérselas quitado en esa misma cama.
-Ha de haber sido una puta que salió del hotel de al lado del bar y se metió allí para hacer unos pesos. Al ver que yo me había quedado sin nada con que pagarle, salió, tiró la llave vaya a saber uno a donde y se marchó. Seguro le ha dicho al portero de esta pocilga que yo debería abonarle, pero que no me despertara hasta que lo pidiera, así debo pagar más - Se dijo José, e inmediatamente comenzó a golpear la puerta y a gritar cualquier tipo de groserías para que algún maldito le abriera esa puerta de porquería porque sino el terminaría por tirarla abajo ó romperla a patadas. Y entonces se sintió que alguien colocaba una llave del otro lado de la habitación. José retrocedió hasta chocarse con la cama, dónde cayó sentado.
-¡Ey hombre! ¿Pero te has vuelto loco? ¿Qué son esos golpes y esos insultos?
- ¡Vos! ¡Dejame salir! ¿Dónde me metiste? ¿Cuánto hace que me tenés encerrado?
- No puedo dejarte salir, eso no.
- ¿Qué? ¿Cómo que no podés dejarme salir? ¿Pero vos estas loca mujer? Dame la llave.
- No, no estoy loca, y me llamo Eugenia, así que más respeto conmigo porque vas a terminar en un lugar que no te va a gustar.
- Para un poquito, porque no entiendo mucho. No entiendo nada. ¿Quién sos vos?
- María Eugenia Laparca, ya te lo he dicho creo.
- No recuerdo, y ¿De dónde saliste? ¿Vos sos de las prostitutas de Omar?
- No cariño, yo no soy prostituta, ni mucho menos, Jaja, me haces reír vos.
- Y ¿Quién sos entonces? ¿Por qué me encerraste?
- Te lo repito, a ver si entendés aunque sea la primera parte, María Eugenia Laparca me llamo ¿Te suena a algo?
- ¡No me digas!
- ¿Qué no te diga qué?
- ¿Laparca?
- Sí, Laparca.
- Pero, vos y yo dormimos juntos, yo me acuerdo, poco pero me acuerdo, vos entraste al bar, te acercaste a mí, y yo te invité una copa, un cigarrillo y luego vinimos hasta acá, hicimos el amor y yo me dormí, y ahora me decís que vos sos María Eugenia Laparca, me decís que...¿Que estoy muerto?
- Sí cariño, lo estás.
- Pero, y ¿Por qué no me lo dijiste ayer, cuando me viniste a buscar?
- Cosas de la muerte José, ¿Quién te dijo que yo no puedo divertirme un poco? Al fin y al cabo deberías estar agradecido, viviste casi tres horas más a cambio de hacer el amor con una mujer de cabello largo, labios gruesos, tetas grandes y cintura angosta. Más no podés pedir José. Más no.