viernes, abril 4

Miro hacia ahí y pienso que todo podría estar más alto, o más en el fondo, que yo mismo podría estar pendiendo de una cuerda atada al techo como un reloj, con la cabeza rozando el suelo suavecito. Miro hacia ahí y pienso que el tiempo es como las monedas que nunca están cuando se las necesita y aparecen de a montones cuando uno solo quiere deshacerse de ellas. Miro hacia ahí y pienso cuantas monedas he gastado en todo este tiempo. Miro hacia ahí y pienso el como, cuando, y porque de un montón de cosas que olvido instantes después de mirar. Miro hacia ahí e imagino que estoy en un lugar como ese, así de lleno, de ruidoso, de frío. Miro hacia ahí y te veo caminar haciendo crujir las hojas que se cayeron al piso. Pero no importa. Miro hacia ahí y escucho ahí, siento ahí, toco ahí, hablo ahí, pero bajito, para que no me vaya a escuchar nadie. Miro hacia y pienso que mañana dejaré de fumar, de tomar, y caminaré treinta cuadras al día, para la buena circulación. Miro hacia ahí y enciendo un cigarrillo, bebo un vaso de cerveza helada y me muevo entre las sábanas como una serpiente, para la tranquilidad del alma. Miro hacia ahí y te extraño. Mañana dejare de fumar, te lo prometo. Miro hacia ahí y me dibujo ese sitio en la piel con un marcador que encontré tirado en la alfombra, de cuando teñiste arroz la semana pasada, no sé para qué. Miro hacia ahí y me doy cuenta de que ya empiezo a necesitar que vengas, pero más vale me trague el llamado y me eche a dormir otra vez, ahora que estoy viendo un poco nublado, por el sueño y la cerveza. Y te extraño. Y ahí estás. Y miro otra vez y ya no te veo. Mañana dejaré de fumar. Hoy será el último día. Miro hacia ahí, Clara, miro y miro y miro y no encuentro otra cosa que tu reflejo en el vidrio del cuadro. Miro Clara, como si de verdad estuvieras ahí. Miro. Mañana dejaré de fumar, te lo prometo, mañana.

martes, abril 1

Hola ¿que tal?, déme un pañuelo blanco por favor. No, no de los descartables, los de verdad esos que mi mamá me metía en el bolsillo del guardapolvo cuando yo iba a la escuela. Esos, sí. ¿Cuánto es? Gracias, hasta luego.
Ahora, yo se lo iba a regalar a doña Marita, pero mejor no, me gusta demasiado para regalárselo, es que de verdad es igualito al que mamá me ponía en el bolsillo del guardapolvo cuando estaba en segundo grado, con la maestra gorda que me odiaba y siempre me mandaba al rincón, y se comía esas empanadas gigantes sentada en el escritorio del aula mientas corregía los deberes, porque antes eran deberes, no tareas, como le dicen ahora, eran deberes, esos que había que hacer sí o sí si uno quería salir a jugar al campito a la tarde, o mirar el chavo del ocho cuando llegaba de la escuela, o comer flan con dulce después de cenar.
Pañuelito, cuantos recuerdos, y que triste pañuelito, que uno se vuelva así de grande, con el estómago grande, los huesos largos, las manos pesadas, los pies duros, las rodillas estatuas, y ya no se pueda saltar la soga, ni jugar rayuela, ni hacer la vertical o la media luna, porque a uno se le caen al suelo los pedazos de carne podrida, y después no se pueden juntar con la cucharita, como cuando se nos caía el azucarero completo al suelo y lo juntábamos rápido antes de que venga mamá, porque sino, agarraba la escoba y en vez de barrer nos daba con las cerdas de paja (como las escobas de antes, con cerdas de paja) en la cabeza, primero porque nos habíamos estado tragando el azúcar del pico de la azucarera y eso nos hacía mal a los dientes y segundo porque siempre la cosa terminaba igual, solamente porque nunca aprendíamos a poner el dedo encima de la tapa de la azucarera para que no se salga, porque estaba tan vieja que le fallaba la rosca.
Que triste pañuelito, que me haya vuelto tan grande, tan voluminosa, que ahora me entren tantas cosas en la cabeza, y aun así, aunque sean muchas, tengan espacio para moverse de una punta a otra, bailar una zamba, chapotear en el líquido cefalorraquídeo y pincharme el cráneo cada vez que pueden.
Que triste que lo único que no me crezca es el corazón, porque entonces yo podría quererlo más a Nicolás, que no se da cuenta que yo estoy desproporcionada, aunque él esté más desproporcionado que yo, porque vos fijate que tiene los brazos y las piernas cortitos, y la boca gigante, por que a él todo le sale por la boca, lo que le gusta y lo que no le gusta, yo de vez en cuando me enojo, porque no se puede andar escupiendo todo, a veces hay que tratar de regalar las cosas de otra manera, él se esfuerza pobre, pero no le sale, es un animal muy raro Nicolás, siempre quiere, pero se tranca ahí, justo cuando yo estoy a punto de darle el alma encerrada en un frasquito de vidrio, para que la vea cuando tenga ganas, y la agite de vez en cuando para que no se aburra, justo ahí, sácate, se me va Nicolás a otro planeta, el de los elefantes, que son los bichos más grandes de todos y que se traban con la ramita más pequeña del universo que esté tirada en el suelo.
Mirá, yo te voy a guardar acá, no es un bolsillo de guardapolvo, pero es el bolsillo que tengo ahora, es bien abrigadito vas a ver, yo me voy a dar cuenta cuando tengas ganas de salir, porque seguro que va a ser cuando me empiece a hacer cosquillas la nostalgia en la planta de los pies, como hoy de mañana, cuando le dije al señor de la tienda, que no quería descartables, también es porque tengo muchas cosas descartables, como Nicolás, que en cualquier momento se me termina por gastar y queda patas para arriba en el tacho de la basura, pero igual, vos quedate tranquilo que yo te sé escuchar, silbame fuerte nomás, por si llego a estar un poquitito lejos, a veces me escapo sin darme cuenta.